En 1997, Peter Senge fundó la Sociedad para el Aprendizaje Organizativo, una comunidad global de instituciones, investigadores y consultores dedicados al “desarrollo interdependiente de las personas y sus organizaciones”.
Desde entonces se han creado organizaciones locales en múltiples lugares del globo, con la intención de conseguir un aprendizaje real y en acción, en los contextos reales en los que se encuentran.
La noticia central de los días posteriores a la fiesta de Reyes ha sido la de la gestión, si realmente puede llamarse así, de la nevada anunciada sin cesar en todos los medios.
Aunque no le he prestado excesiva atención al tema, me gustaría hablar de la capacidad que tenemos de aprender (o no), individual y colectivamente, para poner en marcha actitudes y acciones distintas que generen resultados diferentes. Y así, las 15 horas de más de 3.500 ciudadanos atrapados en la A-6 creo que constituyen un ejemplo interesante de cómo funcionamos para tratar de comenzar a comprender qué pudiera estar en el origen, en esta situación específica, de lo que parece incapacidad para aprender y poder poner en marcha algo diferente en situaciones similares que pudieran ocurrir en el futuro.
De nuevo esta nevada, como otras muchas, ha sido calificada por las distintas administraciones, como “excepcional”, posiblemente sin ser más excepcional que cualquiera de las que ocurrieron en 2004, 2009, 2015 y 2016, todas ellas merecedoras en su día del mismo calificativo. Como bien dijo Vicente Vallés, “el problema en esta ocasión es que nevó demasiado”… exactamente igual que en ocasiones previas en las que también debió de nevar demasiado.
Intuye que este pequeño artículo acabará convirtiéndose en una sucesión de preguntas que me van surgiendo. Por ejemplo: ¿quién y cómo determina qué es nevar demasiado?, ¿con arreglo a qué?. Una vez que lo han determinado, ¿a quién se le comunica?, ¿qué ocurre si demasiado es distinto para la DGT, para Fomento o para la concesionaria de una autopista?
La mayoría de las instituciones responsables de dar respuesta (a ser posible, rápida y eficaz) a la situación en la que se encontraron muchos ciudadanos el día de Reyes no han reparado en lanzarse múltiples acusaciones cruzadas entre ellas, así como de recriminar a los conductores insensatos. Inspirada por el fragmento de la tertulia que escuché, me quedo con algunas reflexiones nuevamente en forma de pregunta, sobre las que construir:
¿Alguien intentó imaginarse como conductor atrapado para, al ver el fracaso de los planes puestos en marcha, definir acciones más útiles? ¿Alguien se puso en la piel de aquellos que podían sufrir algo más: niños, ancianos y enfermos? Da la sensación de que no fue así.
Asumiendo que, efectivamente, las distintas instituciones estuvieron en comunicación constante durante la crisis, ¿por qué da la sensación de que la mayor parte de atención e intercambios se destinaran, no a resolver la situación, sino a comenzar a buscar culpables? ¿Qué hace que nuestra energía se dirija hacia algo que no sea concentrar todos los esfuerzos en tratar de solucionar la situación de crisis con la mayor celeridad posible? ¿Para qué sirve hablar de cuántos efectivos se están desplegando, escuchar que se han puesto en marcha todos los protocolos habidos y por haber de máximo nivel de actuación? ¿Qué significa exactamente eso para alguien que lleva seis horas bloqueado?
Todos hablan de protocolos de numerosos nombres y tipos, a cada cual más rimbombante y a la vez más vacío. ¿Cómo es posible que lo que supuestamente se ha diseñado para situaciones extremas o realmente excepcionales (como la nevada) resulte insuficiente? ¿Qué proceso e información se emplea para la realización de protocolos? ¿Quién los diseña? ¿Por qué cuando nada está funcionando como debiera y hay que agarrar el toro por los cuernos las decisiones las toman unos (ejemplo, cortar el acceso a la AP-6 ha de decidirlo la concesionaria) y ejecutar la acción le corresponde a otro (en este caso, la DGT)? ¿Qué sentido tiene gestionar emergencias con las competencias, al parecer, completamente fragmentadas entre distintos responsables con distintas cadenas jerárquicas? ¿Por qué diseñamos asegurándonos de que nadie, absolutamente nadie, esté realmente al mando?
En mi trabajo de facilitación sabemos que el camino más corto para que nunca se lleven a cabo las acciones que el grupo considera necesario realizar, es asignar responsables colectivos.
Continúo escuchando la tertulia. Con incredulidad, oigo cómo nadie es capaz de asumir nada, ni siquiera la parte de pequeña responsabilidad que claramente sí parece corresponderles. Todos se parapetan tras la insuficiencia de los protocolos, expedientes, informes, reuniones que habrá que mantener para determinar qué pasó y de quién es la responsabilidad… De momento no hay voz que haya pedido disculpas. Nadie dice “lo siento”, “deberíamos haberlo hecho mejor”, “nos hemos equivocado”… Tampoco responden con claridad a las preguntas que les formulan. No paran de tirar balones fuera. En un momento de la entrevista a la dirección de la concesionaria de la autopista, se le pregunta: “si todo se hizo correctamente, ¿cómo es posible que se haya vivido esta situación?”… La callada por respuesta.
Quizá consideren que el silencio y las acusaciones ayudarán a dispersar la responsabilidad entre todos aquellos que pudieran ser algo responsables. Según escribo, creo que acabo de conseguir la respuesta a mi pregunta anterior. Es necesario limitar el riesgo y, para ello, es imprescindible no disponer de un responsable único. Como en esa película estupenda, Acción Judicial, en la que el garbanzo contador evalúa el riesgo y coste de distintas opciones, claramente aquí el riesgo y coste de un único responsable es demasiado grande. Mejor lo repartimos.
¿Por qué se actúa de este modo? A mí me enseñaron que “errar era de humanos y rectificar de sabios”, ¿aquí no? ¿O en esta época no?
Empiezo a creer que uno de los mayores problemas que tenemos en nuestra sociedad es la falta de capacidad, individual e institucional, de asumir responsabilidades. Me pregunto en qué momento hemos dejado de educar en la necesidad de entender que el derecho de actuar viene ineludiblemente acompañado de la obligación de asumir las consecuencias que se deriven de la actuación.
Después de la tormenta, viene la calma. Después de la crisis, los informes. Me pregunto si, por casualidad, en esta ocasión también vendrá la reflexión.
Kolb dice que para realmente aprender hay que completar el ciclo. Ojalá exista reflexión suficiente para no añadir la nevada de 2017 a la lista de nevadas excepcionales, sobre todo considerando que la repetición de fenómenos meteorológicos similares es muy probable que vaya en aumento.
Me pregunto si será suficiente para dejar de decir que el hombre “es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”.
Feliz semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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