Del euskera, ‘auzoa‘ (vecino) y ‘lan‘ (trabajo). Como me enseñó Isabel Baleztena, una forma de hacer que viene de muy atrás y continúa practicándose regularmente en Lantz, un pueblecito navarro. Una fórmula de corresponsabilidad. Dos días al año, todos los vecinos de Lanz (excepto niños y ancianos) se juntan para realizar actividades comunitarias, de las que todos se benefician y a todos atañen.
Por ejemplo, restauran patrimonio, mantienen sus montes vecinales o pican la leña que han recogido para que cada familia tenga lo necesario para el año.
Créanme que me dio qué pensar. En sociedades tan individualizadas como las nuestras, en las que, por absoluta necesidad, no dejan dejan de surgir movimientos de recuperación del sentimiento de comunidad y contribución a la misma, es esperanzador y refrescante saber, primero, que no estamos reinventando la rueda. Estos movimientos no son nuevos (aunque muchos así se presenten). Más importante, que hay sociedades entre nosotros, adaptadas al progreso, que han sabido mantener elementos claves de cohesión y bienestar para sus miembros de su pasado. Buenos conocedores del tesoro que eso supone, han honrado su tradición y comprendiendo el significado y la importancia de la misma, han tenido el cuidado de preservarla para las generaciones futuras.
No han necesitado grandes cosas, grandes movimientos, comunicación masiva, convencer a miles ni realizar extensos estudios… tan sólo valorar cientos de años de sabiduría colectiva y apreciación por el medio en el que se encuentran, el medio que sostiene sus vidas.
En un momento en el que con frecuencia sólo sale adelante aquello que se demuestra exitoso, estas formas de organización constituyen ejemplos sólidos de éxito.
Aportar parte de nuestro tiempo a contribuir a nuestra propia comunidad (sea la que sea) genera el orgullo de cuidar aquello a lo que se pertenece, también la satisfacción de la pertenencia, de sabernos parte de algo más grande.
Un principio similar se aplica en Park Slope Food Coop, un supermercado-cooperativa propiedad de todos sus miembros y gestionado por ellos. Un supermercado que surgió como alternativa a los tradicionales y en el que sus miembros contribuyen con su trabajo (de diseño de políticas y principios a la gestión del supermercado). Reciben a cambio el beneficio de acceder a buenos productos a precios razonables y acordes con un sistema de valores (entre los que se encuentran el respeto por el medio ambiente, por los derechos humanos, por la diversidad y la igualdad…).
Lleva funcionando desde los años 70 y ha sido ejemplo para muchas otras. Lo “único” que se le pide a sus miembros, y no es una petición pequeña en un mundo en el que todo, absolutamente todo, compite por nuestra atención y nuestro tiempo, es lo que ellos consideran de enorme valor: “que cada miembro contribuya a la cooperativa con parte de su tiempo –2 horas y 45 minutos cada mes- en la Tierra”. Igual que en el auzolan.
Los humanos “cuidamos de aquello que nos importa”. Lo que nos importa es lo que conocemos, con lo que tenemos filiación, lo que sentimos nuestro de alguna manera, a lo que pertenecemos, aquello o aquellos (personas, animales, paisajes, obras de arte, montañas, árboles, poesías, dinero, poder, posesiones…) con los que establecemos una relación.
Nuestro tiempo y nuestra atención mientras estemos aquí en la Tierra es, probablemente, lo más valioso que tenemos para ofrecer. Será bueno ser conscientes de a qué lo dedicamos.
Feliz semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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