Ésta es la primera frase que escuchamos en un cambio de turno.
¿Por qué tenemos tanto miedo/respeto a esos familiares o, incluso, a los propios pacientes que pertenecen a nuestro mismo gremio? Creo que muchas preguntas inundan nuestra mente: ¿lo haré bien? ¿Qué preguntas me hará? ¿Sabré responder correctamente?… Demasiadas preguntas y dudas se nos pasan por la cabeza, cuando, en realidad, lo que tendríamos que hacer es confiar en nuestro trabajo y en nosotros mismos.
Creo que, equivocadamente, pensamos que nos harán una ficha, nos sentimos intimidadas por la situación y por las dudas que nos acechan.
La experiencia me ha enseñado que si realizamos una buena praxis, no debieran importarnos ese tipo de cosas, ya que son situaciones muy habituales.
Todos los pacientes son importantes y todos se merecen el mejor trato posible; podemos estar más o menos cansadas, podemos tener más o menos trabajo, pero, al final, ese trabajo es el mismo que llevas haciendo tanto tiempo que no sabrías hacer otra cosa, y a veces es más importante una palabra amable, una sonrisa y una pizca de empatía que cualquiera de las técnicas que vayamos a realizar. Al fin y al cabo, las técnicas pueden ser realizadas por cualquiera que sea instruido para ello, pero nuestro trabajo va mucho más allá.
Si eres de ese grupo de profesionales que se siente identificado, yo me preguntaría: ¿cómo es mi comportamiento cuando soy yo el paciente o el familiar? A veces esa sensación intimidante la percibimos porque cuando nos toca somos nosotros mismos los que hacemos sentir así al compañero.
Hemos de transmitir seguridad; seguridad en las palabras, en el trato, en las técnicas; preguntemos todo aquello que dudemos, pero hagámoslo en privado. Critiquemos aquello que veamos mal, pero tratando de que sea una crítica constructiva y siempre en privado, de tal forma que, a la hora de enfrentarnos a cualquiera de nuestros pacientes, logremos transmitir la mayor seguridad.
El problema que veo en éste y en otros trabajos, incluso en la vida misma, es que tendemos a ver la paja en el ojo ajeno, en vez de ver la viga en el propio, y nos dedicamos a criticar antes de tener los conocimientos para ello.
Así como también es mucho más sencillo hacer alusión a algo negativo, machacando y quemando al personal, que reconocer que algo está bien hecho, utilizando así el refuerzo positivo. Siempre se ha dicho que la buena fama cuesta ganársela, pero que, a su vez, también puede perderse en menos de un segundo.
Pero esto nos pasa en todos los ámbitos de la vida, en todo tipo de trabajos, debido a la falta de paciencia, el estrés personal… Y pienso y creo que hemos de aprender a respetar y valorar la vida y el trabajo de los demás.
Es algo complicado, pero deberíamos aprender a reconocer al prójimo aquello que hace bien; seguro que todo nos iría mejor, e incluso seríamos más felices si agradeciéramos y confesásemos a los demás lo buenos que son, en vez de quejarnos y criticarnos por cosas que realmente no tienen importancia.
“Si pudiéramos ser educados, dejando al margen lo que la gente piense o deje de pensar, y teniendo en cuenta sólo lo que en principio es bueno o malo, ¡qué diferente sería todo!”. (Florence Nightingale)
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