Cuando hace casi cuatro décadas vio cómo, gracias a su trabajo, el estado de un paciente tratado con un barbitúrico clásico se transformó como de la noche al día con solo un ajuste de la dosis supo que ante ella se abría “un campo en el que se podían hacer cosas importantes para mejorar la calidad de vida de la gente”.
Es, de todo lo que hace, que no es poco, lo más satisfactorio. María José García Sánchez, Cote, para quienes bien la conocen, explica que con algunos medicamentos no es posible aplicar el “café para todos”, porque tienen un estrecho margen terapéutico y pueden ser ineficaces o altamente tóxicos con facilidad si la dosis no se adecúa al perfil cinético de cada paciente, es decir, a cómo su organismo lo absorbe, lo distribuye y lo elimina, una evolución que depende de numerosos factores, como la edad, el género, el peso, condicionantes genéticos y ambientales, las patologías existentes…
Es en esta misión de predecir cómo se va a comportar un medicamento en cada caso concreto y determinar la máxima eficacia de la forma más segura para el enfermo donde se sitúa la Farmacocinética Clínica y la monitorización de fármacos, el campo que ha centrado la labor de esta investigadora a la que su padre imaginaba en una oficina de Farmacia. Consideraba que era la salida ideal para garantizar a sus hijas la mejor “herencia”, una carrera universitaria, sin que tuvieran que renunciar a ser, como mujeres, el punto neurálgico de la familia. La profesora García Sánchez, catedrática de Farmacia y Tecnología Farmacéutica, le hizo caso en lo de estudiar Farmacia, un ámbito que le apasiona, pero el gusanillo de la Ciencia llamó a su puerta con los nudillos del profesor Alfonso Domínguez-Gil Hurlé, uno de los máximos exponentes de la Farmacocinética Clínica en nuestro país, quien aventuró que un currículum tan brillante podía tener un futuro más que prometedor.
Ella, que se siente afortunada y privilegiada, considera que podía haber hecho “más de lo que he hecho”, y con esa tremenda autoexigencia que se imponen los perfeccionistas, confiesa que durante mucho tiempo creyó que fue imperfecta como madre y como profesional, por esa sensación tan injustamente universal entre las mujeres de no llegar a todo. Sin embargo, su trayectoria habla por sí sola, como también lo hace el orgullo que despierta entre sus seres queridos.
Doctora en Farmacia, María José García Sánchez (Salamanca, 1956) fue Premio Extraordinario de Licenciatura y Doctorado, y con sólo 33 años se convirtió en la primera mujer catedrática del área de Farmacia y Tecnología Farmacéutica en España. Fue secretaria y vicedecana de la Facultad de Farmacia, donde forma parte del equipo científico de Farmacocinética Experimental y Clínica, reconocido como Grupo de Excelencia en Investigación de Castilla y León, desde donde ha trabajado en el desarrollo y validación de modelos poblacionales y en la monitorización de diferentes grupos de medicamentos, incluidos los antiepilépticos, antidepresivos, inmunosupresores, antineoplásicos y antibióticos. Durante más de dos décadas, fue miembro de la Comisión Nacional de Farmacia Hospitalaria del Ministerio de Sanidad, y hace casi tres lustros ingresó en la Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid, desde donde ella y Carlos Gómez Canga-Argüelles abrazaron la idea de fundar la Academia de Farmacia de Castilla y León.
Éste es sólo un extracto de un recorrido que suma y sigue. Y esto que sigue, retazos de su apasionante historia.
¿Ha sentido alguna vez que ha tenido que superar más obstáculos por el hecho de ser mujer?
La verdad es que profesionalmente nunca me he sentido discriminada. Pero es cierto que hay tareas que las mujeres de mi generación hemos tenido que afrontar con poca ayuda por parte de nuestra pareja, fundamentalmente las relacionadas con la educación de los hijos o las cuestiones de organización del hogar, aunque en estas últimas, afortunadamente, he tenido mucha ayuda. Sin duda he tenido muchas más responsabilidades familiares que mi marido, aunque no me haya sentido discriminada. Durante la primera etapa de mi vida profesional, mi principal problema era la conciliación, porque experimentaba la sensación de que no estaba atendiendo adecuadamente ni mi faceta profesional ni la familiar.
“Durante la primera etapa de mi vida profesional, mi principal problema
era la conciliación, porque tenía la sensación de que no estaba atendiendo adecuadamente ni mi faceta profesional ni la familiar”
Que es un sentimiento muy común entre las mujeres que trabajan también fuera de casa, pero quizás no tanto entre los hombres…
Efectivamente. Es un prejuicio que arrastramos de las generaciones anteriores, y para mí eso fue lo más difícil, sobre todo al principio. Mis hijos son muy buenos, pero su educación exigió por mi parte una gran atención, especialmente para que sacaran adelante sus estudios y atender sus necesidades. Además, en esa época es cuando surgieron en mi vida muchas oportunidades profesionales: doctorado, oposiciones… Concretamente, en 1990, a los 33 años, obtuve por oposición la Cátedra de Universidad el área de conocimiento de Farmacia y Tecnología Farmacéutica, hace ahora 28 años.
Al parecer, cuando Rosalyn Yalow ganó el Nobel de Medicina, en 1977, una revista tituló: “Cocina, limpia y gana el Nobel”. ¿No da la sensación de que las mujeres pueden ser buenas profesionales, pero además tienen que demostrar siempre que cumplen con todo lo demás, con esas tareas que tradicionalmente ha tenido encomendadas?
Es una cuestión de responsabilidad familiar… No es que quieras o no quieras, sino que cuando adquieres el compromiso de formar una familia, especialmente cuando hay hijos, afrontas una responsabilidad de la que no te puedes evadir. Tienes que repartir tu tiempo entre la profesión y la familia, y nunca estás satisfecha, porque ambas cosas requieren siempre más tiempo del que puedes dedicarle. Mi opinión, compartida con muchas mujeres con las que convivo, es que la conciliación ha sido muy difícil en mi generación. De hecho, si te das cuenta, la mayoría de las mujeres que alcanzan objetivos y posiciones profesionales más elevadas tienen una intensa dedicación a su trabajo. En mi caso, creo que quizás podría haber conseguido metas profesionales más altas si hubiera renunciado a formar la familia que ahora tengo. Una de mis asignaturas pendientes, por ejemplo, es no haber realizado una estancia postdoctoral larga en centros de investigación extranjeros; esa experiencia me hubiera abierto otras posibilidades y relaciones para avanzar más profesionalmente. Pero ahora, visto con perspectiva, estoy satisfecha de tener una excelente familia, que no cambiaría por haber conseguido una posición profesional más elevada. Una nunca está satisfecha con lo que realiza, al menos es mi caso, pero he conseguido una buena situación profesional que me proporciona muchas satisfacciones y me permite cada día actualizar mis conocimientos y trasmitirlos. Yo comento con frecuencia estos aspectos con mis compañeras; al fin y al cabo, la vida se plantea como un árbol de decisión, y tienes que ir optando en cada momento por lo que personalmente más te convence. A las mujeres en general no nos gusta renunciar a la familia y con frecuencia la anteponemos a cualquier otra opción. Lo importante es saber compatibilizar familia y profesión.
Insisto: ¿Y ese dilema no debería tenerlo igual el hombre?
Debería tenerlo. Nosotras, las mujeres de mi generación, hemos sido decididas y valientes: hemos cuidado de nuestros padres cuando se han hecho mayores y también de nuestros hijos mientras nos han necesitado. Con frecuencia el hombre ha delegado gran parte de las tareas familiares en la mujer, porque habitualmente ha tenido a su lado una mujer responsable que se ha encargado de ello, y no se ha planteado hacer renuncias profesionales por incrementar su dedicación a la familia.
La Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco tiene un espacio que se llama Mujeres con Ciencia, en el que habla de que las investigadoras no tienen las mismas oportunidades para desarrollar su profesión y, sobre todo, para progresar en ella, porque tienen dificultades añadidas: la maternidad, una mayor implicación en la atención a la familia y una menor visibilidad, además de una especie de “sesgo antifemenino” en algunos procesos de selección. ¿Usted se lo ha encontrado?
Yo no he encontrado estas dificultades. Por ejemplo en mí caso, firmamos la oposición a cátedra un compañero, que posteriormente la obtuvo en la Universidad del País Vasco, y yo. Nunca me he sentido discriminada profesionalmente. Una razón puede ser que el ámbito de Farmacia es eminentemente femenino…
¿Cómo llegó al ámbito de la Farmacia?
Es curioso, porque yo de niña tenía vocación de médica, pero un tío mío, que era un excelente pediatra, me comentó que la Medicina no era una profesión adecuada para una mujer, porque te obligaba a estudiar toda la vida. Claro, estamos hablando de hace más de 50 años, y yo, que entonces tenía 7, creía que las carreras universitaria imprimían carácter y te proporcionaban formación completa para siempre, así que pensar que iba a tener que estudiar toda la vida… Curiosamente eso es lo que he hecho siempre en mi profesión como farmacéutica. Pero no me arrepiento; Farmacia es una carrera muy interesante que me gustó desde el principio y que me ha dado muchas satisfacciones.
“Pensé: tengo que estudiar algo que me permita mantenerme,
algo que me haga libre. Porque creo que la libertad de la mujer
empieza por tener independencia económica”
Decidí hacer Farmacia influenciada por mi padre, porque consideraba que era una profesión muy adecuada para la mujer y que una oficina de farmacia facilitaba la conciliación. Él tenía muy arraigado que la mujer era la principal responsable de la educación de los hijos, pero tenía claro también que la mejor “herencia que podía dejar a los hijos era una buena carrera”. Además, argumentaba que había que hacer una carrera “de la que se pudiera comer”. Así que esa mentalidad te la van inculcando desde niña y al final piensas: “Tengo que estudiar algo que me permita mantenerme, algo que me haga libre”, porque creo que la libertad de la mujer empieza por tener independencia económica.
Pero no abrió una farmacia, como le sugería su padre, sino que se decantó por la investigación…
Entré en el Departamento de Farmacia y Tecnología Farmacéutica porque tenía muy buen expediente. Más que inteligente, yo creo que soy trabajadora y voluntariosa, aunque está claro que la inteligencia se desarrolla con el trabajo. En Bachillerato fui una alumna muy normal, pero en la licenciatura conseguí muy buenas notas. En cuarto curso, el profesor Alfonso Domínguez-Gil Hurlé, entonces director de este departamento, probablemente gracias a mi buen expediente, me llamó para preguntarme sobre mis expectativas profesionales. Yo le contesté: “Pues mire, quiero abrir una farmacia”. Y me respondió: “Es una pena, porque con su expediente puede conseguir una beca del Ministerio. Y si esto no le gusta, siempre tiene la posibilidad de abrir una oficina de farmacia”. Y me convenció. Él trabajaba en el hospital (fue jefe del servicio de Farmacia hasta su jubilación, en 2012), y empecé a investigar allí, simultaneando esta tarea con mis estudios de licenciatura. En mis comienzos utilizaba métodos microbiológicos para la determinación de antibióticos. Aquello me gustó y decidí quedarme en el departamento. Hice la tesina durante cuarto y quinto, y me licencié con 21 años, porque iba adelantada un curso. Recuerdo que terminé la carrera el 19 de junio, y tres o cuatro días después leí la tesina por la mañana y por la tarde tuve la pedida, porque me casaba en octubre.
Decía antes que le surgieron muchas oportunidades profesionales…
Cuando terminé la carrera tuve diferentes oportunidades de trabajo. En ese momento había más de 20 farmacias de nueva apertura en la provincia de Salamanca, y también tuve la opción de trabajar en la industria farmacéutica, concretamente en Torrejón de Ardoz. Curiosamente, transcurridos cinco o seis años se redujeron significativamente las ofertas de trabajo, pero en mi caso pude haber abierto una oficina de farmacia, amparada por mis padres; el profesor Domínguez-Gil me propuso la carrera docente e investigadora, y también tuve una oferta de la industria.
¿Por qué, entre esas tres puertas, decidió atravesar la de la investigación?
La de Torrejón la descarté porque ya tenía novio y, de hecho, me casé enseguida. Mi marido es empresario, y ejercía su profesión en Salamanca, así que yo tenía que optar por una de las oportunidades que me permitieran quedarme aquí. Además, el profesor Domínguez-Gil, con su entusiasmo habitual por la profesión farmacéutica, fue un acicate importante en esta elección. Actualmente los profesores somos más accesibles, pero que en aquella época el catedrático te ofreciera entrar en su cátedra era una gran oportunidad… Me hizo mucha ilusión que considerara que podía tener aptitudes para una salida profesional tan atractiva. Le estoy muy agradecida.
Y cuando empezó a investigar, ¿qué es lo que más le llamó la atención y le hizo continuar por ese camino y no abrir una oficina de farmacia?
La investigación me atrajo desde el principio. Creo que es un trabajo creativo, en el que estás continuamente estudiando y formándote. Es más, cuando gané mi primer sueldo recuerdo que dije: “Ay, Dios mío, ¡pero si estoy aprendiendo y encima me pagan!”. Luego, obviamente, tienes la obligación de transmitir esos conocimientos adquiridos. Pero a mí me gusta más la investigación que la docencia y, de hecho, durante muchos años he dedicado mucho más tiempo a la investigación que a la docencia, lo que me generaba mucha satisfacción.
“Me hizo mucha ilusión que el profesor Domínguez-Gil
considerara que podía tener aptitudes para una salida profesional
tan atractiva. Le estoy muy agradecida”
Actualmente la situación ha cambiado mucho, porque la aplicación del Espacio Europeo de Educación Superior nos ha incrementado significativamente las tareas docentes, en detrimento de la investigación. Yo tengo mis dudas sobre que este sistema de aprendizaje sea más productivo, pero exige, por parte del profesor, mucha dedicación, y tienes que realizar una evaluación continua de cada alumno durante todo el curso: muchos seminarios y prácticas repetidos, clases magistrales, tutorías… A veces este exceso de carga docente me hace sentir infrautilizada desde el punto de vista científico. Porque si hago eso no puedo hacer otras cosas, e impide la continua formación y la creatividad que implica la investigación.
En algún momento ha dicho: “A los profesores universitarios se nos pide ser buenos docentes, hacer investigación de alto nivel, publicar en revistas científicas de alto impacto y tener capacidad de gestión”. La suya es una queja común entre quienes tienen vocación científica…
Hay tan poco tiempo y es tanto lo que hay que hacer, que a veces es imposible llegar a todo.
Ha trabajado codo con codo con el profesor Domínguez-Gil Hurlé, que es todo un referente nacional e internacional en el campo de la Farmacocinética Clínica o el uso seguro de los medicamentos. Como él, ha llegado a ser catedrática y directora del Departamento de Farmacia y Tecnología Farmacéutica…
Sí, siempre hemos mantenido muy buena relación; de hecho, para mí sigue siendo “mi jefe”, a pesar de que hace muchos años que dejó de serlo. Además, me parece que siempre ha sido un hombre muy inteligente, trabajador y con mucha visión de futuro. Yo pude acceder a una cátedra a los 33 años porque él, desde que entramos en el departamento, nos dijo: “Si queréis hacer carrera científica, hay que publicar en revistas internacionales”. Actualmente esto es muy normal y aceptado, pero hace 42 años no existía esa preocupación por difundir los buenos resultados de la investigación y se publicaba poco. Gracias a ello, conseguí acceder a la cátedra con 30 trabajos publicados en revistas internacionales y obtener los seis escalones de investigación que me corresponden por los años trabajados.
Su mentor fue pionero en España en la monitorización de fármacos, que es a lo que usted también se dedica. De hecho, creó en el hospital de Salamanca la primera Unidad de Farmacocinética Clínica del país. ¿Cómo recuerda aquel periodo?
Sí, los primeros que iniciaron esta estrategia de optimización posológica de fármacos fueron el profesor Domínguez-Gil, en Salamanca, y el doctor Joaquín Bonal Falgas, en Barcelona. Yo viví el inicio de la monitorización, ya que me incorporé al departamento en el curso 1976-1977, y entonces estudiábamos el comportamiento cinético de antibióticos. La monitorización surgió en los años 80, y personalmente he contribuido a su desarrollo. Empezamos a monitorizar antiepilépticos, antidepresivos, antibióticos… Posteriormente se incluyeron otros muchos fármacos: antineoplásicos, inmunosuperosores, antirretrovirales… Todo ello ha sido posible gracias a la vinculación de este departamento con el Servicio de Farmacia del Hospital Clínico Universitario, con el que hemos colaborado siempre.
¿Es un trabajo que exige la coordinación con otros servicios?
Efectivamente. La monitorización es un trabajo que exige la coordinación con otros servicios del hospital: Psiquiatría, Neurología, Nefrología, Medicina Interna, UCI… Desarrollamos y validamos modelos farmacocinéticos poblacionales que ayuden a optimizar las pautas de dosificación de diferentes tratamientos.
En un hospital, ¿cuál es la diferencia entre contar con Unidad de Farmacocinética y no tenerla?
Existen numerosos fármacos “de estrecho margen terapéutico”, en los que las concentraciones en sangre eficaces están muy próximas a las que producen toxicidad, de forma que es fundamental adaptar la dosis de forma individualizada para conseguir que el tratamiento sea seguro y eficaz. Un problema importante es la elevada variabilidad en el comportamiento cinético de los fármacos de unos pacientes a otros. El grupo de investigación en el que desarrollo mi trabajo se dedica a la modelización y simulación, e investiga los diferentes factores que contribuyen a esa variabilidad interindividual. Analizamos factores como la edad, el sexo, diferentes patologías, especialmente renales y hepáticas, interacciones con otros fármacos.
“Con fármacos como los antineoplásicos, que presentan una elevada toxicidad, es muy importante individualizar las dosis considerando los factores implicados en su variabilidad farmacocinética”
Desde hace 15 años, también analizamos variables farmacogenéticas, ya que éstas pueden afectar a la actividad de los enzimas responsables del trasporte y biotransformación de diferentes fármacos y pueden afectar de forma significativa a sus niveles en sangre y, en consecuencia, a su eficacia y seguridad. Así, por ejemplo, existen pacientes que presentan polimorfismos genéticos que reducen la actividad de los enzimas metabolizadores responsables de la eliminación de fármaco y se pueden intoxicar cuando reciben dosis estándar del mismo, mientras que otros polimorfismos pueden incrementar su actividad, en cuyo caso el paciente requerirá una dosis superior para conseguir un tratamiento eficaz. Cuando se trata de fármacos como los antineoplásicos, por ejemplo, que presentan una elevada toxicidad, es muy importante individualizar las dosis considerando los factores implicados en su variabilidad farmacocinética y farmacodinámica. En definitiva, no le podemos dar a todos café; la administración de una misma dosis a todos los pacientes habitualmente no es efectiva y segura en todos ellos. En este sentido, una Unidad de Farmacocinética Clínica resulta de gran utilidad para determinar e interpretar los niveles de fármaco en sangre en cada paciente, adaptando las dosis a sus necesidades. Esta estrategia se lleva a cabo siempre con la participación de los clínicos, y suponen una ayuda complementaria para su toma de decisiones.
¿En qué tratamientos se está utilizando actualmente la monitorización en el hospital de Salamanca?
El Servicio de Farmacia tiene mucha experiencia en monitorización de numerosos medicamentos pertenecientes a diferentes grupos farmacológicos. Actualmente ya se están monitorizando algunos medicamentos biológicos, como los anticuerpos monoclonales. También se ha iniciado la monitorización de algunos inhibidores de la tirosinquinasa, como el imatinib, utilizado en tratamientos de la leucemia crónica. De nuevo, estos estudios ponen de manifiesto que no todos los pacientes necesitan la misma dosis. Es importante señalar que la monitorización de fármacos es una técnica que favorece fundamentalmente al paciente, pero además ha demostrado ser coste-efectiva, lo cual también es importante, debido al elevado coste de los nuevos medicamentos innovadores, especialmente los biotecnológicos. No podemos olvidar que los recursos del Sistema Nacional de Salud son limitados…
El hospital de Salamanca también fue pionero en un programa de monitorización de fármacos antirretrovirales frente al VIH que mejoró, no sólo la seguridad de los pacientes, sino también su adherencia al tratamiento…
Claro, porque al monitorizar puedes detectar si un paciente no está tomando la medicación, y si no lo hace, el tratamiento no va a resultar eficaz. Ese trabajo lo inició, en colaboración con el Servicio de Farmacia, un estudiante de doctorado chileno que estaba haciendo la tesis conmigo. Desde el grupo multidisciplinar implicado publicamos un libro divulgativo para contribuir a la educación de los pacientes VIH+. En aquel proyecto colaborábamos el departamento, donde se hacían las determinaciones de niveles en sangre de estos fármacos, y los servicios de Farmacia y Medicina Interna del hospital. Se detectaron problemas de adherencia y situaciones de infra y sobredosificación que fueron corregidas estableciendo las dosis necesarias en cada caso. Ello permitió reducir significativamente los efectos secundarios (pesadillas, sudoración, lipodistrofias…) de algunos pacientes. Desafortunadamente, este proyecto se abandonó, probablemente por falta de personal y de recursos.
Empezó a trabajar con antibióticos, unos medicamentos que se encuentran en un momento crítico, al saltar todas las alarmas por la amenaza que suponen las bacterias multirresistentes. ¿Por qué algunos antibióticos sí se monitorizan, como la vancomicina y la colistina, y otros no? ¿No contribuiría eso a ajustar los tratamientos a cada paciente para no administrar dosis estándar?
La amikacina, por ponerte el caso de los aminoglucósidos, o la vancomicina, tienen un escaso margen terapéutico, es decir, las concentraciones eficaces y tóxicas están muy próximas. Por ejemplo, es ampliamente conocido que los aminoglucósidos pueden producir ototoxicidad y nefrotoxicidad, y que ésta puede ser irreversible. En cambio, hay otros antibióticos que tienen un amplio margen terapéutico, como la amoxicilina (el conocido Clamoxyl), que está comercializado a diferentes dosis y no se requiere monitorizar, porque su toxicidad es mínima.
“A veces ‘se matan mosquitos a cañonazos’, y antibióticos
que deberían reservarse para cepas agresivas se utilizan para cepas
mucho más sensibles para las que podrían emplearse otros”
Un problema importante de la utilización de antibióticos es que no se hacen los tratamientos completos que prescribe el médico. El abuso está en que te duele la garganta, te tomas un comprimido de amoxicilina y como te encuentras mejor, lo dejas de tomar. Si la infección es bacteriana y no se hace el tratamiento completo, el necesario para erradicar todas las bacterias, puede quedar una pequeña colonia, y esa es la que se hace resistente al antibiótico. Cuando abandonas un tratamiento antes de tiempo, de las bacterias que quedan muchas acaban muriendo, pero otras se hacen resistentes a ese antibiótico, y esas que se hacen resistentes empiezan a multiplicarse. A veces tu sistema inmunitario puede resolver la infección, pero se la transmites a otras personas. Por ello, no completar los tratamientos con antibióticos es un error importante que puede contribuir a la aparición de resistencias al arsenal terapéutico de antibióticos, poniendo en riesgo, no solo al paciente, sino también al resto de la población.
Vamos, que en este caso el problema no es una cuestión de dosis…
No, es más una cuestión de que con frecuencia se utilizan de forma incorrecta o en indicaciones inadecuadas. A veces se matan mosquitos a cañonazos, y antibióticos que deberían reservarse para cepas agresivas se utilizan para cepas mucho más sensibles para las que podrían utilizarse otros antibióticos. De hecho, hay muchas alertas a nivel nacional e internacional que avisan de la necesidad de políticas de utilización de antibióticos mucho más racionales para evitar resistencias, por el elevado riesgo de quedarnos sin arsenal terapéutico para determinadas cepas bacterianas. Este problema es muy serio y se plantea con frecuencia en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI).
¿Debemos preocuparnos realmente por esta amenaza?
Por supuesto que sí. Es necesario mentalizar a la población de este problema. Estos medicamentos se están utilizando de manera indiscriminada. Es cuestión de hacer una correcta selección del antibiótico y de la dosis a administrar e, indudablemente, de completar los tratamientos prescritos..
Ada Yonah, Nobel de Química en 2009, dice que las resistencias “crecen más rápido de lo que se pueden combatir”, por lo que es necesario buscar nuevos antibióticos. ¿Podemos esperar nuevos antimicrobianos más potentes a corto plazo o nos debemos conformar con el arsenal que ya tenemos?
Las compañías farmacéuticas están investigando de manera continua, máxime con este problema de las resistencias. Fíjate, yo creo que la visión sobre las compañías farmacéuticas es más negativa de lo que debería ser, porque gracias a ellas la investigación y el desarrollo de nuevos fármacos son posibles. Si no fuera por ellas, nos habríamos quedado en la aspirina. La innovación y los nuevos descubrimientos de la industria farmacéutica son claves para el avance científico y el incremento del arsenal terapéutico. Como cualquier empresa, uno de sus objetivos es sacar rendimiento económico, y existirán algunos casos de abuso, pero no se puede generalizar, y debemos ser conscientes de su aportación a la salud.
Ahora para muchos de los medicamentos de uso común hay genéricos, pero las innovaciones están bajo patente y durante ese periodo quedan fuera del alcance de muchos enfermos. Quizás con eso tengan algo que ver las suspicacias que existen respecto a las compañías farmacéuticas…
La investigación y el desarrollo de un nuevo fármaco cuestan muchos millones de euros o dólares. Hace años, de cada 10.000 moléculas que presentaban propiedades farmacológicas prometedoras y se empezaban a investigar solo una llegaba al mercado. Hoy día se ha evolucionado mucho, y mediante estudios preliminares se descartan muchas antes de llegar a ensayos preclínicos y clínicos, pero el coste del desarrollo y comercialización de un medicamento es impresionante. Las patentes tienen una justificación clara para que la industria farmacéutica pueda recuperar todo el dinero que ha invertido en un nuevo fármaco y seguir invirtiendo en otros.
“La innovación y los nuevos descubrimientos
de la industria farmacéutica son claves para el avance científico
y el incremento del arsenal terapéutico”
Las patentes son fundamentales para que progrese la Ciencia, pero también es fundamental que expire la patente, porque así se puede producir ese medicamento a un coste mucho más bajo para pueda ser asequible para todos los sistemas de salud. Claro, es cierto que cuando presentan un precio elevado surgen problemas éticos: ¿quién se los puede permitir? Por ejemplo, hay tratamientos biológicos para algunas enfermedades inhabilitantes que son carísimos y que nuestro sistema de salud no se puede permitir, por lo que se administran en último extremo, cuando el grado de deterioro por la enfermedad es elevado y, a veces, irreversible. La cuestión es: ¿y si el paciente recibiera el tratamiento innovador cuando le diagnostican la enfermedad? ¿Sólo pacientes con elevados recursos económicos podrán tener acceso a un tratamiento más avanzado que les proporcione una mejor calidad de vida? Se trata de un grave problema ético, pero lo cierto es que los recursos de los sistemas nacionales de salud son limitados y muy variables de unos países a otros.
Un problema ético que se plantea durante toda la vigencia de las patentes, es decir, 20 años…
Ese periodo es engañoso, porque son 20 años desde que se patenta la molécula farmacológicamente activa, pero esa molécula, para llegar al mercado y ser registrada, tiene que demostrar eficacia y seguridad en una serie de ensayos preclínicos y clínicos, un proceso que puede tardar una década. Por ello, generalmente desde que el fármaco sale al mercado la patente expira aproximadamente en diez años, y en ese periodo la compañía farmacéutica tiene que recuperar la inversión. Si es un medicamento de amplia utilización es más fácil, pero si no…
Por eso se dice que no les interesa investigar en el campo de las enfermedades raras…
Claro, porque si son pocos los pacientes que van a utilizar ese medicamento, no son capaces de recuperar lo invertido. Afortunadamente, la situación ha cambiado, y hay un impulso a la investigación en enfermedades raras que se ha visto favorecido por los importantes incentivos que tienen las industrias farmacéuticas en este campo, y que están contribuyendo a mejorar el tratamiento de muchas de estas enfermedades. También han contribuido las asociaciones de pacientes y los importantes progresos en investigación básica, especialmente la Genética y la Inmunología.
Ha mencionado antes los genéricos, que permiten que los medicamentos sean más asequibles, tanto para los sistemas públicos de salud como para los ciudadanos, pero sobre su eficacia planea siempre cierta sombra de duda, incluso entre algunos profesionales…
Yo soy una defensora absoluta de los genéricos. Si las agencias reguladoras, como la FDA o la Agencia Europea del Medicamento, que son plenamente garantistas, aseguran que existe bioequivalencia, yo voy a la farmacia y compro genéricos siempre, porque el genérico es intercambiable con el medicamento original o de marca. Actualmente, están adquiriendo importancia también los biosimilares, como consecuencia de la expiración de patentes de numerosos medicamentos de origen biotecnológico, como los anticuerpos monoclonales, los factores de coagulación, la hormona del crecimiento, los factores estimulantes de colonias… La diferencia entre los biosimilares y los equivalentes genéricos es que los medicamentos biológicos, producidos por líneas celulares, tienen una gran variabilidad en sus estructuras macromoleculares, por lo que no sólo tienen que demostrar bioequivalencia, sino también eficacia y seguridad. Son mucho más complejos y mucho más caros de desarrollar. La reducción de precio es mucho menor, pero considerando el elevado precio de los medicamentos biológicos, los biosimilares pueden contribuir de forma significativa a la sostenibilidad de los sistemas de salud y van a permitir a un mayor nuero de pacientes acceder a este tipo de tratamientos. Por poner un caso, un tratamiento con un medicamento biológico puede costar 10.000 euros; si el biosimilar se comercializa a un precio 20% inferior, supone un ahorro de 2.000 euros. Es algo fundamental, porque nuestro sistema de salud no podría afrontar los costes de estas terapias innovadoras tan caras.
¿Podemos sentirnos seguros en relación a los medicamentos? Lo digo porque últimamente no dejan de emitirse alertas sobre fármacos: el Nolotil, el ibuprofeno, antihipertensivos como el valsartán…
El Sistema Nacional de Salud obliga a contar con un sistema de farmacovigilancia que mantiene todas las alertas para detectar efectos adversos graves. Creo que este tema está muy controlado, aunque no es una cuestión de la que tenga mucha información. Cuando un fármaco se registra y se comercializa ha debido pasar por diferentes ensayos clínicos en varias fases; los ensayos en fase 3 se realizan sobre unos pocos miles de pacientes, pero supongamos que se trata de un hipertensivo: cuando se lanza al mercado, es utilizado por millones de personas. Por eso existe la farmacovigilancia, que ya forma parte de la fase 4 de los ensayos clínicos. Esta estrategia es necesaria para alertar de todos los problemas que puedan surgir y que pueden llevar, si son importantes, a la retirada del fármaco del mercado. Es importante la educación de la población para concienciarla de la importancia de comunicar los efectos adversos…
La Farmacocinética Clínica se basa en fórmulas casi matemáticas para ajustar al máximo un tratamiento a lo que necesita cada persona para conseguir la máxima eficacia de la forma más segura. Esta exactitud contrasta con la arbitrariedad y la despreocupación con la que muchas veces nos automedicamos…
Creo que la población general no es consciente de los riesgos que se corren al recurrir al uso de medicamentos sin prescripción médica. Afortunadamente, la dispensación de medicamentos en las farmacias está ahora muy controlada, lo que dificulta el acceso a antipsicóticos, antidepresivos, etc. Otro riesgo es la compra de medicamentos por internet. Muchos de los medicamentos que se venden en la red son falsificaciones con baja calidad farmacéutica y son un riesgo para la salud, en ocasiones por falta de eficacia o por producir efectos adversos graves. La automedicación es posible, pero debe ser responsable, ya que el uso de dosis inadecuadas o los tratamientos prolongados también son un riesgo, como ocurre, por ejemplo, con los analgésicos.
¿De cuál de sus proyectos está más satisfecha por sus resultados?
La Farmacocinética Clínica es una ciencia aplicada, y a mí me produce mucha satisfacción modelizar y encontrar variables que puedan contribuir a mejorar la eficacia y seguridad de los tratamientos farmacológicos. Por ejemplo, con los antirretrovirales encontramos un polimorfismo genético que anulaba completamente la actividad de una enzima responsable de su eliminación. Aquellos pacientes que la tenían y estaban tratados con dosis estándar estaban intoxicados y presentaban graves efectos adversos que condicionaban seriamente su calidad de vida; en estos casos, el clínico ajustaba la dosis, reduciéndola hasta en un 75%. Comprobar que con esta dosis el paciente seguía presentando una carga viral indetectable y un recuento normal de leucocitos fue muy gratificante.
“Creo que la población general no es consciente
de los riesgos que se corren al recurrir al uso
de medicamentos sin prescripción médica”
A principios de los años 80, cuando yo empecé con el profesor Domínguez-Gil, comenzamos a monitorizar fenobarbital, un barbitúrico clásico que ya se utiliza muy poco. Es un hipnótico, sedante… Recuerdo a un chico joven que, al monitorizarlo, estaba totalmente intoxicado, iba como un zombie y no podía hacer absolutamente nada. Bajamos su dosis a un nivel adecuado y consiguió sacar unas oposiciones. Aquello me hizo ver que en este campo se podía contribuir a mejorar la calidad de vida de los pacientes, administrando tratamientos individualizados y adaptados a la situación de cada paciente
¿Podría decirse que la Farmacocinética es una de las bases de la llamada Medicina personalizada?
Está ampliamente documentada la contribución de la farmacocinética a la Medicina personalizada, más conocida actualmente como Medicina de precisión, y constituye uno de sus pilares fundamentales, una herramienta complementaria que ayuda al resto de disciplinas implicadas en el tratamiento del paciente para hacer posible la Medicina personalizada.
Una de las utilidades más conocidas de la Farmacocinética es la individualización de los tratamientos contra el cáncer con algunos fármacos antineoplásicos. ¿Qué otras aplicaciones novedosas existen en la actualidad?
Actualmente se le está dando mucha importancia, por ejemplo, en el tratamiento de la hemofilia. El profesor Domínguez-Gil y yo estamos participando con otros profesionales de este campo en reuniones científicas que ponen en valor la aplicación de la farmacocinética para individualizar las dosis de los factores de coagulación VIII y IX, deficitarios en los pacientes hemofílicos. Estos tratamientos tienen un elevado coste, y su dosificación debe adaptarse a cada paciente de acuerdo a diferentes factores, incluyendo los horarios de su actividad física, cuando el riesgo de hemorragias es mayor.
Con la industria farmacéutica también están desarrollando un software farmacocinético clínico específico para optimizar tratamientos. ¿En qué punto se encuentra el proyecto?
Sí, es un trabajo que estamos realizando con la compañía farmacéutica Abbot, y en colaboración con la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria. Actualmente estamos haciendo pruebas de validación del software, y confiamos en que próximamente podamos tener la versión definitiva, que permitirá incluir modelos farmacocinéticos poblacionales complejos y ayudar a optimizar los tratamientos.
Uno de los avances más relevantes de la Farmacocinética ha sido la posibilidad de caracterizar el perfil cinético de los pacientes con un reducido número de muestras…
La caracterización del perfil completo de la evolución de las concentraciones plasmáticas de fármaco requiere un elevado número de muestras de sangre. Obviamente, en el contexto clínico eso no se puede realizar en cada paciente, porque es inviable. ¿Por qué una o dos muestras nos sirven para caracterizar un perfil cinético así? Por la incorporación, en la década de los 90, de modelos farmacocinéticos poblacionales que incluyen factores que contribuyen a la variabilidad farmacocinética interindividual (edad, sexo, patologías existentes, genética…). Mediante la aplicación de una metodología estadística basada en algoritmos bayesianos, la información de esos modelos establecidos en grandes poblaciones de pacientes se combina con los datos obtenidos de un paciente en concreto, y con eso predecimos lo que le ocurre a esa persona con un medicamento: cómo se absorbe, cómo se distribuye, cómo se elimina… Esta metodología está basada en la Teoría de Bayes, que establece que la probabilidad de que algo ocurra se puede determinar utilizando información previa combinada con información actual. En nuestro caso, la información previa la proporcionan los modelos farmacocinéticos poblacionales, y la información actual, las concentraciones de fármaco en sangre obtenidas con un reducido número de muestras de sangre.
Apasionante…
¿A que sí? Bueno, a mí me gusta, por su aplicación y utilidad, y eso hace que mi trabajo sea muy gratificante y venga a trabajar cada día con ganas e ilusión. Lo que he aprendido durante estos años de mi experiencia investigadora me resulta muy útil también en mi tarea docente, ya que me permite ilustrar mis clases con numerosos ejemplos de aplicación de los conceptos farmacocinéticos básicos que enseño a mis alumnos. Para motivarlos y hacer más atractivas las clases, intento introducir algunas nuevas tecnologías.
“Disfruto mucho con los alumnos que tienen interés.
Sin embargo, admito que no soporto a los indolentes.
Es muy frustrante para el profesor enfrentarse a alumnos sin interés”
Por ejemplo, para hacer las clases interactivas y que los alumnos participen en ellas, utilizo actualmente una aplicación que los alumnos descargan en sus móviles, el Kahoot. En los últimos minutos de mis clases, les planteo cuestiones sobre el contenido de las mismas, y eso me permite conocer si, en general, los alumnos han comprendido y asimilado bien los conceptos explicados. Estas evaluaciones me permiten hacer un seguimiento continuado de todos los alumnos. Antes utilizaba mandos individuales con Turning Point, pero el año pasado una alumna me recomendó esta otra aplicación, mucho más versátil y cómoda para los alumnos y para mí.
Así que usted es de las que deja a los alumnos usar el móvil en clase…
Bueno, no me gusta que se distraigan con los móviles durante la clase, pero yo lo utilizo como una herramienta de ayuda al aprendizaje. Si quieren responder correctamente, tienen que atender en clase, lo que evita que lo utilicen para distraerse. Además, he observado que con la utilización de esta estrategia asisten más a clase y ponen más interés. Para mí es una satisfacción cuando los resultados al final de cada clase son satisfactorios; cuando no lo son tanto, discuto con ellos las causas de sus fallos y esto les ayuda a comprender mejor la asignatura.
¿Se siente querida por los alumnos?
La verdad es que sí creo que me aprecian; yo al menos intento siempre ser accesible y estar abierta a que me planteen sus dudas. En el reciente Congreso IPAP, organizado por la Facultad de Farmacia, un grupo de alumnos me invitó a compartir una comida con ellos, y me hizo mucha ilusión. La verdad es que disfruto mucho con los alumnos que tienen interés. Sin embargo, admito que no soporto a los indolentes. Es muy frustrante para el profesor enfrentarse a alumnos sin interés. Al menos a mí me pasa.
Ha llegado a decir que el trabajo “ha sido duro, competitivo y enriquecedor, aunque también salpicado de situaciones de desánimo”…
Bueno, estaría un poco de bajón (risas). Soy una persona muy optimista, y me siento muy privilegiada, porque he tenido mucha suerte. Por ejemplo, he sido catedrática muy joven, pero no lo considero como un triunfo personal; se presentó una oportunidad y la aproveché. En aquel momento consideré que me faltaba madurez profesional para optar a una cátedra, pero el profesor Domínguez-Gil me ánimo mucho a aprovechar la oportunidad que se me brindaba en ese momento… Tenía experiencia docente en todo el programa del área, tenía un currículum de investigación aceptable y aproveche la ocasión. La verdad es que a mí todo el esfuerzo que he hecho me ha compensado. Hay personas que se han esforzado lo mismo que yo, e incluso más, y que no lo tuvieron tan fácil, porque ya no había plazas, porque había más competencia…
¿Tiene alguna asignatura pendiente?
He realizado diversos cursos en Alemania, Francia, EEUU… Pero una estancia postdoctoral larga en otro país me hubiera venido muy bien y no tuve la oportunidad de hacerlo, fundamentalmente por mi situación personal y familiar. Me hubiera gustado mucho. Todavía estoy a tiempo….
Su padre imaginaba para usted un futuro en una oficina de farmacia, pero, llegado el momento, no eligió ese camino. ¿Qué pensaba de su destacada trayectoria en la Ciencia?
Hablaba de mí con mucho orgullo… Mi ingreso en la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid, hace 14 o 15 años, fue todo un acontecimiento para él: “¡Mi hija académica!”. Mi padre era un hombre de campo, se dedicaba a la cría de ganado vacuno, y esto de la investigación le parecía ciencia ficción. Tanto a él como para mi madre, que estudió Económicas en Sevilla, aunque no ejerció, mi carrera profesional les dio muchas satisfacciones. Ahora que yo veo los éxitos de mis hijos les comprendo mejor. Aun con el complejo de no haberles atendido en su infancia como debería por mis múltiples ocupaciones profesionales. Recuerdo que cuando este problema me agobiaba, mi jefe, Alfonso Domínguez-Gil me decía: “No te puedes hacer una idea de lo satisfechos que van a estar tus hijos el día de mañana cuando vean que su madre es una buena profesional”. Y ahora estoy confirmándolo con la admiración mutua que mantengo con ellos.
¿Por qué sobre las mujeres siempre pesa esa losa de querer abarcarlo todo y sentir siempre que no lo acaban de hacer bien?
Al final tienes que conformarte. Y sí es cierto que en esos años de trabajo y familia no tenía nada de tiempo para mí… Disfrutábamos mucho los fines de semana, nos gustaba viajar, hacer deporte, senderismo, ir a museos… Pero una horita para mí era complicada. Lo estoy recuperando ahora, y es una gozada.
Volviendo a las mujeres y los Premios Nobel… De casi 900 personas premiadas entre 1901 y 2017, solo 48 han sido mujeres. Sin embargo, Frances H. Harnold, Nobel de Química de este año, vaticina que habrá “una oleada” de premios para mujeres, porque hay investigadoras “brillantes” en este campo. ¿Está de acuerdo?
Yo espero que sí. Creo que las mujeres tenemos mucho que aportar, y pienso que en un futuro la paridad se va a conseguir por méritos, no por cuotas. Personalmente, no me gustaría acceder a ningún puesto de responsabilidad sólo por ser mujer, frente a un hombre que estuviese más preparado que yo. No obstante, en igualdad de condiciones, a lo mejor sí hay que potenciar la presencia de las mujeres, pues hemos estado en el pasado muy poco consideradas.
Además de la investigación y la docencia, ha desarrollado numerosas labores de gestión: secretaria y vicedecana de la Facultad de Farmacia, directora de departamento, miembro de la Comisión Nacional de Farmacia Hospitalaria…
Sí, en la Comisión Nacional de Farmacia Hospitalaria estuve más de 20 años, y eso me exigía ir a Madrid prácticamente cada mes. También he formado parte de las comisiones de Docencia y de Calidad de Grado, y ahora estoy en la Comisión de Doctorado. Yo lo he compatibilizado relativamente bien, incluso cuando fui vicedecana de Relaciones Institucionales, un periodo en el que no dejé mis otras tareas. No me gusta mucho la gestión, pero muchas veces me animan mis propios compañeros. Una vez estuve a punto de presentarme a decana, pero estaba en un momento un poco bajo profesionalmente y me concedieron una oficina de farmacia en Valladolid justo cuando iban a ser las elecciones. Pensé: “Mira que si me decido a abrir una farmacia y estoy de decana…”. Así que decidí no presentarme para no quitarme la posibilidad de elegir.
“Personalmente, no me gustaría acceder a ningún puesto
de responsabilidad sólo por ser mujer, frente a un hombre
que estuviese más preparado que yo”
¿Así que al final sí llegó a plantearse abrir una farmacia? Pero eso le hubiera supuesto abandonar la carrera docente e investigadora…
Estaba en un momento un poco particular de mi vida y me plantee: “¿Por qué no pruebo otra salida profesional e inicio otra etapa?”. Coincidió con una crisis, porque no me concedieron algunos proyectos, así que presenté la solicitud y me dieron una, primero en Ávila y luego en Valladolid. Pero a la hora de tomar la decisión lo pensé y decidí quedarme. Recuerdo que mi padre me dijo: “Hija, ¿qué necesidad tienes de estar todo el día en la carretera, que me vas a tener en vilo?”. Y tenía razón, pero también influyeron otros muchos factores para tomar la decisión de seguir en la Universidad, y no me arrepiento en absoluto.
Entonces, también vivió una crisis de financiación…
Sí. Y esta última etapa también está siendo muy dura, cuando se ha producido un recorte importante, y que a mí personalmente me ha afectado mucho. Era preciso trabajar en áreas muy punteras para conseguir financiación.
Como secretaria y vicedecana, conoció desde dentro la gestión de la Facultad de Farmacia. ¿Cómo la ve en este momento?
Muy bien. Me parece que tenemos un decano, Antonio Muro, excepcional. Recuerdo que existían ciertas reticencias cuando se presentó al cargo, porque no es farmacéutico, sino médico, pero me parece que le ha dado un impulso muy importante a la Facultad… Es muy bueno profesionalmente, científicamente, pero luego es que, además, tiene muchísimas ideas, es resolutivo, las lleva adelante y apoya cualquier propuesta innovadora… Un ejemplo es el IPAP 2018, celebrado durante el pasado mes de septiembre y que convocó a numerosos profesionales del mundo entero.
Fue una de las fundadoras de la Academia de Farmacia de Castilla y León, en la que actualmente ejerce de vicesecretaria. ¿Qué les llevó a tomar la decisión de crear esta institución?
Carlos Gómez Canga-Argüelles y yo entramos prácticamente a la vez en la Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid, que es una de las más antiguas de España. Los dos somos farmacéuticos, y en uno de los actos de la institución, pensamos en la posibilidad de formar una Academia de Farmacia, dado que teníamos Facultad de Farmacia en Castilla y León. La idea me pareció interesante y se la trasladé a Alfonso Domínguez-Gil, que es una persona con mucho empuje y muy bien relacionado, y enseguida apoyó nuestra idea, a la que se sumaron Julián Rivas, entonces decano de Farmacia; Jesús Aguilar, que ahora es el presidente del Consejo General de Colegios Farmacéuticos; María Ángeles de Sande, que presidía el Colegio de Salamanca… Luego nos reunimos con los consejeros de Sanidad y Educación de Castilla y León y pusimos en marcha el proyecto, que ya lleva funcionando seis años.
Al ver dónde se encuentra ahora la institución, ¿se siente satisfecha con aquella decisión?
La Academia de Farmacia de Castilla y León es muy activa. Todos los meses organizamos sesiones divulgativas y científicas muy interesantes, donde se tratan temas fundamentalmente relacionados con la salud: medicamentos, alimentación, patologías, genética, vacunas… Este mes tenemos tres. A la última vino el jefe de Oncología, el doctor Juan Jesús Cruz, y nos comentó que le llamaba la atención la actividad que tiene nuestra Academia, que es muchísimo más joven que la de Medicina. Creo que la Academia es una institución muy buena para difundir la Ciencia, pero diré algo en lo que siento cierta decepción, y es que, aunque organizamos muchas cosas, la asistencia es mínima. Es un asunto que me tiene preocupada, porque es un compromiso invitar a profesionales cualificados y que no tengan audiencia. Muchas veces no asisten ni siquiera los profesores ni los académicos, y eso es algo un poco frustrante.
Si no hubiera elegido la Farmacia y la Ciencia, ¿por qué se hubiera decantado?
Me gusta mucho la literatura. Soy una gran lectora. Me gusta escribir y me gusta mucho la historia. Lo que pasa es que como estaba mentalizada desde mi infancia en estudiar algo que te permitiera vivir… Me encantaría ser escritora, pero dudo mucho de mi calidad literaria; para conseguirlo necesitaría tiempo y dedicación, y mucho que aprender. Quizás cuando me jubile… (risas).
¿Qué diría a los jóvenes que muestran interés por la Ciencia para animarles a que la elijan, a pesar de la inseguridad?
Que si su interés es solo económico, normalmente con la investigación no se hace uno rico. Esto tiene que ser vocacional; tiene que gustarte estudiar, innovar, buscar…, debes tener sentido de la observación y capacidad de entrega… Pero aunque la labor investigadora sea vocacional, es importante poder vivir de ella, y los jóvenes lo tienen muy difícil. Espero que la situación vaya cambiando, ya que hay gente preparadísima y muy válida que tiene que marcharse fuera por la falta de oportunidades. El Estado debería tomar medidas para que no se nos vayan los buenos profesionales, en los que este país ha invertido y a los que dejamos marchar. Pero por favor, ¿dónde tenemos los ojos? A la gente buena hay que quedársela, porque es nuestro futuro.
¿Cuando finalice su trayectoria profesional, en qué sentido le gustaría decir: “He cumplido”?
A pesar de todo lo que hacemos, nunca consideramos que hemos hecho todo lo que debemos. Quizás como profesora he contribuido un poquito a generar conocimiento y a motivar, que es mi principal objetivo cuando voy a enseñar. Los docentes ejercemos la labor de una semilla que vamos extendiendo a mucha gente. Si yo llevo 40 años en esto, fíjate, he dado clase a miles de personas… Quizás hemos contribuido a difundir conocimiento. Estoy medianamente satisfecha; sí, he cumplido. Cuando se critica a los funcionarios, a veces con razón, siempre digo: ·Yo soy funcionaria, pero soy de las que cumplen, eh…”.
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